Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza
Armando Rojas Guardia, Patria
El
encuentro con la piel y con la lengua, la transformación de un cuerpo en otro,
uno enfermo, un joven detenido, el cuerpo del poeta late en otro que se suma al
dolor de un cuerpo libre. El azul congelado da luces al verde, a todo lo ancho
y gozoso de esta tierra; la distancia, la penumbra, la nostalgia y el
recuerdo, todo eso es esta mancha sombría que pasa por mis recuerdos, con
nuevos fantasmas alegóricos de lo abstracto, no logro descifrarlos, no se
parecen a mi historia, a mi vida, a mi antes.
Era
domingo en la mañana y en mi cama, impregnada de miradas hacia lo vivido,
intentando detener el tiempo entre las cobijas, una gran interrogante caía
sobre mi frente y se cerraba cada vez que pensaba en mi vida, mi futuro, mi
tierra, mis amigos, mis boleros, mis libros, mis días, mi todo, mi Patria pues.
Tomé «Mapa de desalojo» como quien busca respuestas en la poesía y luego de
leer los primeros encuentros de Adalber con Armando, su admiración y sus
mágicas descripciones de esa voz «ronca, honda con olor a cigarrillo» creí que
podía escaparme de mis dudas y pensamientos, hurgando en la belleza de la
poesía, de las letras de Rojas Guardia, pero no fue así, mi instinto me jugó un
señuelo y abrí Patria.
Entonces,
intento dibujarla de nuevo, vuelvo a la piel y a la lengua, la realidad me quita los zapatos, ese
curtiembre que me hace andar. Muevo los dedos y afuera veo –por la
ventana- un simulacro de ciudad. Escucho
voces que me son ajenas, donde el martirio y esa «terquedad sombría» me hacen
daño. Me quedo, tranquila y con miedo, porque todo empieza a hacerse
desconocido. No sé cuál es la mejor hora, ni la peor para esconderme. Me
refugio una vez más en este poema que me aturde y lo amo, y me duele cuando leo
que: «te concibieron con vocación precisa del fracaso», entonces qué es lo que
hacemos escondidos en esta mancha sin horizonte, me pregunto. Me siento entre
benedictos, creando un claustro cada vez más cerrado para reinventarme y diseñar
un nuevo modo de vivir, tal vez desde las entrañas.
Leo
y releo Patria y me envuelve el «trapo contumaz de su bandera», me contamina y
me hace llorar. Es la misma Patria que se nos pierde entre la maleza del dolor
de quienes caminamos sus calles, escuchamos los pasos andariegos y veloces que
intentan escapar de las ráfagas, de los secuestros, de la violencia. Con razón
Armando la describe como vil y prostibularia, pero le declara su amor cuando
«se atreve a cubrir su desnudez». ¡Cuánto dolor retumba en ese poema!
Esa
temporalidad que me impone Patria, de un quizás mañana o un mañana sí…la duda
inmensa de un pluscuamperfecto que no entiendo, me hace vivir desde las
entrañas, creando, inventando, dando sabores y olores a mi madriguera. La ciudad
que tengo no la conozco, no es Patria, quiero decir, no es mi Patria, es la
Patria del poeta, más bien la del poema que esculpió, la recorro y de mucho
recorrerla se me desdibujan los rostros que nunca vi, que no se parecen a nada.
Vuelvo al poema.
Y
«al evocar calabozos, muchedumbres, hombres desnudos vadeando el pantano,
llanto de mujer, un hijo…» La mirada regresa al capítulo miserable, al que
nunca soñé, al que me atormenta, al encierro, a la injusticia a ese llanto de
mujer que describe el poeta y que lo escucho, ya no a lo lejos, sino cada vez
más dentro de mí.
¿Me invento entonces una Patria?
O
más bien ¿diseño una ciudad cada vez que mis amigos me visiten para tratar de
imitar la que tuve? Aquella que nos hacía reventar de risa y donde llorar un
amor que se iba nos obligaba a recorrer algún bar, pasearnos por una calle canalla
y entender que después que se va un amor, no nos queda otra, que volver a
querer. Cualquier bolero era testigo de nuestro padecer, se convertía en telón
de fondo de una novela que armábamos entre dos, la disfrutábamos, la inventábamos
y seguíamos adelante.
Hoy
me quedo sin zapatos, muevo los dedos nuevamente, pongo el lápiz en mi boca
esperando tener algo nuevo qué agregar, qué describir, qué definir, qué
reprochar, por qué luchar. Le grito que no se venda, que no se deje más.
Mientras
apuntan a mi corazón, me invento otra ciudad, invento una Patria que no existe,
llegan mis amigos, le doy sabor a mi madriguera y la pinto de Patria, hay olor
a cardamomo en mi café. Mis perros me mueven la cola, me encierro, pero sé que
no es para siempre.
Vuelvo
a Patria, me refugio y me detengo en esa dificultad de sonreír que alude el
poeta «levantando los hombros, desganado, y diciéndote con sorna, con ternura,
mañana sí tal vez. Quizá mañana…»