jueves, 23 de octubre de 2014

Una simple reflexión ... "No se trata de crear un estilo de pensar"


¿Cómo configurar una nueva forma de poder, luego de haber tenido la nefasta experiencia de estos 16 años de ineficiencia?

Esta puede ser una pregunta recurrente en todos nosotros, especialmente cuando nos planteamos, como suele suceder, que todos los brutos están del otro lado y que la oposición está llena de inteligentes y «resabidos»; entonces surgiría otra interrogante y es, ¿de ser así, por qué son ellos quienes están mandando?, peor aún quienes NOS ESTÁN MANDANDO, esta afirmación para que nos duela, sí.
Tal vez falte más autocrítica, no solo de lado y lado, sino especialmente de este lado, donde sí hay mucha gente capaz, inteligente y dispuesta de una manera ética a construir esa nueva forma de poder.
Estamos claros, o por lo menos yo creo estarlo, que las ineficiencias del pasado, esa forma unilateral de hacer política y el silencio cómplice de los ciudadanos, hicieron posible la llegada al poder de un régimen  oprobioso como el que estamos padeciendo.
He reflexionado mucho en torno a una unidad que no es tal, no solo porque no me gusta la unidad, ni el partido único, ni un solo timón, sino que en la práctica, tampoco es verdad. Cuando leo en las redes sociales vociferar en contra de la MUD, por otro lado en contra de «La salida» de Leopoldo, de María Corina, de los adecos, copeyanos, justicieros, etc., entiendo, comparto y respeto que cada quien desde el otro lado de la acera tiene el absoluto derecho de pensar como quiera, ¿o es que acaso no tenemos un pensamiento democrático? Lo que si me llama a botón, es que nuestra meta debe ser común, todos quienes estamos de este lado de la acera debemos comulgar en un esfuerzo para recuperar la democracia, pero desde diversas formas de pensar; no se trata de crear un estilo de pensar, se trata de crear una forma de convivir con éxito.
Esa oposición debería estar más cerca, en cómo fortalecer cada  los partidos políticos que el fallecido galáctico se echó al pico en el año 98, por cierto muy de la mano con algunos medios de comunicación —cosa esta que no debemos olvidar— y de muchos otros ciudadanos comunes, periodistas, etc., que apostaron a gritos al quiebre total de los partidos políticos vs la asunción al poder de un golpista consumado.
No pretendo pasar facturas con este texto, pero sí poner de relieve que no debemos olvidar para poder entender qué es lo que estamos viviendo y hacia dónde queremos ir.
En este momento de caos y fracaso total de el régimen mixto cubano/venezolano, me interesa cómo incorporar a nuestra realidad un pensamiento diverso desde las distintas ideologías, hacia un objetivo único, recuperar la democracia.
Es hora de que los venezolanos todos, oposición, y oficialistas, tengamos paz. Cuando hablo de oficialistas, no me refiero a los ladrones, corruptos y ejemplares que se han beneficiado de este pueblo noble, me refiero a todos quienes no encontramos los artículos de primera necesidad, a todos quienes debemos recurrir a las mil artimañas para conseguir medicinas, a quienes no tienen ni esperanza de tener una vivienda, a todos quienes día a día vivimos el ocaso de un régimen fracasado que sobrevive en una plataforma de propaganda y mentiras, gracias a los residuos de dólares que aún quedan en las arcas que no han sido saqueadas.
Es hora de construir, de producir, de diseñar, de accionar, de luchar por esa libertad y ese respeto que nos han secuestrado para poner todo en manos de un Estado corrupto y mentiroso. En esa construcción veo a cada uno de los ciudadanos, en ese accionar veo a cada uno de los partidos políticos renovándose y mostrando a estos ciudadanos que efectivamente están dispuestos a cambiar, desde sus propias ancestrales figuras, hasta un pensamiento que en muchos casos ha quedado en el pasado.
Con ideas renovadas, con pensamientos jóvenes y diversos, con derechas, izquierdas y centros, donde cada ciudadano tenga la opción de buscar sus propios espacios, de tener una participación mucho más activa y no decantar toda su manifestación a través de un solo canal que le asfixia.
Es hora de rescatar los partidos políticos, es hora de limpiarlos, es hora de renovar cuadros, es hora de demostrar que sí se puede, pero también es hora de purgar mucha maleza que se ha trepado en la desgracia de los venezolanos. Los partidos no son malos, lo malo de ellos es quienes están allí.

Es hora de abolir «la grandeza de un sujeto» que nunca es tal, ni de un lado ni del orto, no al caudillismo; porque la única grandeza de este país está en sus ciudadanos, en sus ideales, en su educación, en su libertad. Un país no se acaba por unos cuántos, ahora es que Venezuela es grande! Basta de unidades chucutas, la única verdad es la diversidad de las ideologías apuntando a la lucha por una verdadera democracia, ese es el objetivo.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza
Armando Rojas Guardia, Patria


El encuentro con la piel y con la lengua, la transformación de un cuerpo en otro, uno enfermo, un joven detenido, el cuerpo del poeta late en otro que se suma al dolor de un cuerpo libre. El azul congelado da luces al verde, a todo lo ancho y gozoso de esta tierra; la distancia, la penumbra, la nostalgia y el recuerdo, todo eso es esta mancha sombría que pasa por mis recuerdos, con nuevos fantasmas alegóricos de lo abstracto, no logro descifrarlos, no se parecen a mi historia, a mi vida, a mi antes.
Era domingo en la mañana y en mi cama, impregnada de miradas hacia lo vivido, intentando detener el tiempo entre las cobijas, una gran interrogante caía sobre mi frente y se cerraba cada vez que pensaba en mi vida, mi futuro, mi tierra, mis amigos, mis boleros, mis libros, mis días, mi todo, mi Patria pues. Tomé «Mapa de desalojo» como quien busca respuestas en la poesía y luego de leer los primeros encuentros de Adalber con Armando, su admiración y sus mágicas descripciones de esa voz «ronca, honda con olor a cigarrillo» creí que podía escaparme de mis dudas y pensamientos, hurgando en la belleza de la poesía, de las letras de Rojas Guardia, pero no fue así, mi instinto me jugó un señuelo y abrí Patria.
Entonces, intento dibujarla de nuevo, vuelvo a la piel y a la lengua,  la realidad me quita los zapatos, ese curtiembre que me hace andar. Muevo los dedos y afuera veo –por la ventana-  un simulacro de ciudad. Escucho voces que me son ajenas, donde el martirio y esa «terquedad sombría» me hacen daño. Me quedo, tranquila y con miedo, porque todo empieza a hacerse desconocido. No sé cuál es la mejor hora, ni la peor para esconderme. Me refugio una vez más en este poema que me aturde y lo amo, y me duele cuando leo que: «te concibieron con vocación precisa del fracaso», entonces qué es lo que hacemos escondidos en esta mancha sin horizonte, me pregunto. Me siento entre benedictos, creando un claustro cada vez más cerrado para reinventarme y diseñar un nuevo modo de vivir, tal vez desde las entrañas.
Leo y releo Patria y me envuelve el «trapo contumaz de su bandera», me contamina y me hace llorar. Es la misma Patria que se nos pierde entre la maleza del dolor de quienes caminamos sus calles, escuchamos los pasos andariegos y veloces que intentan escapar de las ráfagas, de los secuestros, de la violencia. Con razón Armando la describe como vil y prostibularia, pero le declara su amor cuando «se atreve a cubrir su desnudez». ¡Cuánto dolor retumba en ese poema!
Esa temporalidad que me impone Patria, de un quizás mañana o un mañana sí…la duda inmensa de un pluscuamperfecto que no entiendo, me hace vivir desde las entrañas, creando, inventando, dando sabores y olores a mi madriguera. La ciudad que tengo no la conozco, no es Patria, quiero decir, no es mi Patria, es la Patria del poeta, más bien la del poema que esculpió, la recorro y de mucho recorrerla se me desdibujan los rostros que nunca vi, que no se parecen a nada.  Vuelvo al poema.
Y «al evocar calabozos, muchedumbres, hombres desnudos vadeando el pantano, llanto de mujer, un hijo…» La mirada regresa al capítulo miserable, al que nunca soñé, al que me atormenta, al encierro, a la injusticia a ese llanto de mujer que describe el poeta y que lo escucho, ya no a lo lejos, sino cada vez más dentro de mí.
¿Me invento entonces una Patria?
O más bien ¿diseño una ciudad cada vez que mis amigos me visiten para tratar de imitar la que tuve? Aquella que nos hacía reventar de risa y donde llorar un amor que se iba nos obligaba a recorrer algún bar, pasearnos por una calle canalla y entender que después que se va un amor, no nos queda otra, que volver a querer. Cualquier bolero era testigo de nuestro padecer, se convertía en telón de fondo de una novela que armábamos entre dos, la disfrutábamos, la inventábamos y seguíamos adelante.
Hoy me quedo sin zapatos, muevo los dedos nuevamente, pongo el lápiz en mi boca esperando tener algo nuevo qué agregar, qué describir, qué definir, qué reprochar, por qué luchar. Le grito que no se venda, que no se deje más.
Mientras apuntan a mi corazón, me invento otra ciudad, invento una Patria que no existe, llegan mis amigos, le doy sabor a mi madriguera y la pinto de Patria, hay olor a cardamomo en mi café. Mis perros me mueven la cola, me encierro, pero sé que no es para siempre.
Vuelvo a Patria, me refugio y me detengo en esa dificultad de sonreír que alude el poeta «levantando los hombros, desganado, y diciéndote con sorna, con ternura, mañana sí tal vez. Quizá mañana…»


viernes, 18 de julio de 2014

Una mirada a Proserpina, de Armando Rojas Guardia


Proserpina es una esencia divina de vida, muerte y resurrección que hace un puente entre la realidad, el amor, el erotismo, la literatura y Pablo Rojas Guardia.
Este encaje de circunstancias, convertido en el primer y único cuento que cuenta Armando (hace más de 30 años), es un homenaje a su padre que se convierte –a través de su prosa- en una deidad de cuerpo, deseo y fenómeno espiritual que logra atrapar al lector, desde cada espacio de esa relación contada, para que no se aparte de la obra, desde el principio hasta descubrir en ese final, la relación filial que los une.
Armando cuenta una historia que descubre en un armario cualquiera y su éxtasis por aquello le hace redimensionar y reescribir literariamente, mientras desde su creación desviste a Proserpina luego de un encuentro diplomático en El Cairo. Narra cada momento con una lírica que entreteje con deseo y fascinación y a partir de su invitación a desaparecer juntos una noche, ella en un arranque de liberación acepta un escape que marcará la vida de ambos para siempre.
Él con la huella de la seducción de Proserpina se envuelve en un aire de locura que se abre aún más cuando María Eugenia, su esposa, sale a Caracas a dar a luz, y él toma todos los espacios para honrar el amor y las pasiones que le desata esta diosa, pero carnal. Describe el autor que: «…como los más intensos licores, calará lentamente y sin que yo lo note, la materia última de mi cuerpo y, a través de ella la de mi alma»
Los arrebatos, las caricias inesperadas «las batallas del coito», en el desorden de una casa donde la esposa no está. Las mucamas fueron dadas de alta –en el adelanto de sus vacaciones-  para tener más espacio; en una cama desnuda como sus cuerpos, sostiene la languidez, los rezagos del cansancio de un sexo habitado en ella y deseado por él.
Esta obra redimensiona espacios del amor -en tiempo futuro- que nos hace experimentar una especie de alma ansiosa, escondida, convertida en cuerpo, en vagina, en lengua, en objeto absoluto de deseo danzante al ritmo del Réquiem de Fauré.
Los días transcurrían y el tiempo marcaba el regreso de María Eugenia con su hijo recién nacido; la fatalidad se imponía con un accidente donde Proserpina y su marido quedaban comprometidos físicamente. Él lloraba la ausencia, mientras pensaba en el amor resignado que llegaba nuevamente a El Cairo, el de su mujer. Proserpina –mejora su salud-  e inventó un encuentro en El Nilo, bajo juramento de espacios solos, de encuentros clandestinos donde nadie lo notaría. La pasión se mezcla con la lujuria del pensamiento. Todo a la vez en el hilo plateado fluvial de sus deseos.
Al final, se baja una tela de seda, un telón de fondo que cubre a nuevos personajes y descubre la cercanía de los protagonistas.
El disfrute del cuento es inmenso, el lenguaje excelso, propio de Armando, impone una estética en cada línea de pura seducción. Próximamente tendremos una nueva edición, esta vez será editado por La Guayaba de Pascal