domingo, 6 de noviembre de 2011

Caracas, ¿vieja? o ¿es hora de ver el futuro?

Caracas vieja, que te vas con los años 
En cada reja que dejamos de ver 
Se va un idilio, se va un romance 
Se va un recuerdo de nuestro ayer
Luis María Frómeta
Caracas es una ciudad que como la música, tiene diferentes ritmos. Puede pasar de ser una guaracha por el paso apuradito de sus habitantes que van corriendo a las ciudades dormitorios, a tomar el metro o alcanzar «una camionetica», hasta un bolero que cause dolor por el desamor y la indiferencia con la que se le trata. A Caracas se le impone un giro de improvisación en cada cumpleaños, como si ella no se diera cuenta. Es una ciudad sin concepto. Pero siempre está ahí, bulliciosa, lista y decidida para que se le quiera, porque si es cierto que ha sido maltratada, también lo es, que ha sido una ciudad querida y cantada.
Cantarle a Caracas ha sido un patrimonio de Luis María  Frómeta, a quien esta ciudad no lo vio nacer, pero lo recibió desde siempre, aquel 31 de diciembre de 1937 cuando lo hizo su más querido hijo adoptivo. No fue de la nada, él se ganó ese amor. Al principio pudo ser tan solo un compromiso y, nada más, pero después sin recato alguno le cantó -a través de la radio y en las noches de fiestas- ese inmenso amor. No sé si fue a primera vista, pero él mismo le declaró una vez a Isa Dobles en una entrevista: «el amor más descarado que he tenido en mi vida, es por Caracas». Indicios hay  muchos que dan fe de la pasión que demostró Billo’s a esta ciudad que siempre la vio con ritmo y en toda su belleza.
Bella Caracas, bajo su cielo, su luna y su sol
Todas las razas buscan fortuna, lindura y amor
Luces gloriosa con tus guirnaldas de cerros a tu alrededor
Caracas, ciudad hermosa
Tú eres bella
Caracas, la cuna del Libertador
 

Los caraqueños siempre tenemos algo qué decir de la Caracas de hoy, la de ayer y especialmente de esa que quisiéramos tener. No sé tampoco si será la del futuro o es una ciudad que solo está en los sueños de quienes aquí habitamos. Pero en todas las épocas ha sido una ciudad humilde, profana, canalla, agradable, querida por propios y extraños, deseada y por sobre todo maltratada. Reconocida más por sus sonidos que por sus olores, más por su bullicio que por sus espacios ciudadanos, es «La ciudad escondida» así la llamó una vez José Ignacio Cabrujas, creo que con nostalgia de lo que dejó de ser.

Lo cierto es que parte emblemática de esta ciudad está representada por el maestro Billo Frómeta, su orquesta, sus composiciones y todos esos recuerdos que hicieron posible inmortalizar una parte bonita de esta ciudad haciéndola más amable, más cercana y más feliz. Por lo menos en la música del maestro. Así que podemos entonces, vivir un pedazo de esa alegría gracias a la Billo’s que fue, la lengua gozona y divertida de la Caracas de cuatro generaciones.

Antes de continuar, hago la advertencia de que escribir sobre el maestro Billo Frómeta es un compromiso muy grande. Son demasiadas las cosas que se han dicho de él, pareciera que ya todo se sabe, que todo está escrito y no lo dudo. Además su recuerdo me lleva a un paisaje de emociones que a mí misma me asusta, porque no sé a dónde va a ir a parar este ejercicio si siguen apareciendo recuerdos de mi temprana edad. Por lo tanto me declaro en nostalgia permanente y segura, que los hilos invisibles de la subjetividad y mis propias pasiones, entre ellas el bolero y la ciudad,  por fortuna, marcarán estas líneas.
Y es que el bolero aunque asociado – en muchos casos,  por sus desgarradoras letras- al dolor, tristeza y desamor,  Billo’s lo colocó tan cerquita de las guarachas, los pasodobles, los danzones y chachachás que por esa misma cercanía, no sonaron nunca como material de duro despecho.
Palabras de mujer que yo escuché cerca de ti
Junto de mí muy quedo

No siempre el sufrimiento del amor plasmado en los boleros produce exactamente eso: sufrimiento.  Bailar con la orquesta de Billo’s era toda una experiencia corporal, cuando salías invitado por uno de estos boleros interpretados por Felipe Pirela, por ejemplo; rápidamente pasaba el cuerpo a cuerpo y empezaba un:
Si Bambarito no te cura ne’ no te cura ningún brujo
Eso si, yo recomiendo pa’ que cure tu bobera

Este movimiento te iba llevando suave y lentamente a una melodía que hasta ese momento había sido un tango, pero ya el Maestro lo había convertido en bolero y entraba nuevamente la desgarradora voz de Felipe Pirela:
Quiero emborrachar mi corazón para pagar un loco amor
Que más que amor es un sufrir…
…Nostalgia de escuchar su risa loca

Rápidamente había que estar listo para poner el acelerador en las caderas porque se acercaba Cheo García con Óyeme Cachita tengo una rumbita pa’ que tú la bailes como bailo yo…muchacha bonita, mi linda Cachita

Y así terminaba el primer mosaico de la noche, el #2, pero la sucesión de éstos era grandiosa y convenía sentarse un rato a tomar aliento.

Los mosaicos iniciaban con un bolero, eso sí era una regla. Así que desde Rafa Galindo, José Luis Rodríguez, Felipe Pirela y Eli Méndez, las voces de los boleristas de la orquesta se mimetizaban con esos grandes boleros, que aunque no eran propios, era un lenguaje muy particular. José Luis Moneró y Barbarito Díez eran las voces propias de Ojos Malvados  de Cristina Saladrigas. Si pensaba en ti para mí no era vida. Pero Felipe Pirela le dio un tono que lo convirtió en eso que llamábamos siempre «los boleros de la Billo’s» Igual sucedió con Frío en el alma, en la voz de José Luis Rodríguez (Mosaico #12), Dolor cobarde, Quisqueya, Para qué recordar, Nostalgia.
También fueron muchos los tangos convertidos en boleros como Sombras; Uno; Un cigarrillo, la lluvia y tú. El maestro Billo’s acercó tanto los boleros a otros géneros musicales que cuando los bailábamos, dependiendo siempre de con quién, esperábamos la complicidad de las guarachas para que se diera la nada ceremonial, pero si desordenada separación. También sucedía lo contrario, queríamos que los boleros se eternizaran antes de un Pare, pare cochero o Ayy que la vaca vieja está, y la vaca vieja, Bacosó ahe ahe, Bacosó;  Para Vigo me voy o la a veces temible guaracha El brujo, que nos hacía mover en diferentes direcciones y a pasos que no eran exactamente los más afinados de una guaracha, era un poco de locura.
Doña Pulula una tarde fue a leerse una baraja
Donde un brujo muy famoso allá en el pueblo de Jaima
…Para empezar la consulta, ponga una baraja así
Por ti por tu casa y por lo que sea
Fuera satanás

Y es que el maestro logró juntarnos a los venezolanos en un colectivo gozón al ritmo de esas guarachas en esas mágicas noches, cuando los boleros los convertía en son o en danzonetes y los danzonetes en danzón, los tangos en boleros y el chachachá hechos con sonidos de amor. Todo eso nos aseguraba el trasnocho. Hoy nos garantiza la nostalgia y el recuerdo.
La orquesta de Billo’s viajó por todo el territorio nacional mientras él, el maestro, dejaba también sus composiciones a la Valencia señorial, Pa’ Maracaibo me voy, Margarita…pero no hay discusión, el gran amor topográfico de Billo’s fue Caracas. Su Caracas, la ciudad que no lo vio nacer, pero que sí lo recibió desde su natal República Dominicana aquel año de 1937 cuando para salir tuvo que inventarle a la orquesta el nombre del dictador Trujillo, lo que no sabía ni él mismo es que esta «ciudad perdida» como alguna vez la llamó Cabrujas, lo seduciría por su belleza, sencillez y sinceridad de aquella época.
Fue mucha la tinta y las notas musicales dedicadas a Caracas, pero también la inspiración de  Isidoro, de los techos rojos, de las mujeres bonitas, de la media lisa de Donzella, de Jaime Vivas y de toda aquella ciudad que ya no están…ya no quedan ni el Roof Garden ni la Suiza, ni el frontón de jai a lai no existe ya. Escribió su epitafio, como lo hizo Reynaldo Arenas también.
En vez de una oración sobre mi tumba
El último compás de Alma Llanera

En un gesto de dolor y jocosidad le escribió al Metro y decía «cuando abrieron Caracas», no sospechaba Billo’s que las heridas de la ciudad seguirían allí abiertas ante la indolencia de sus propios habitantes, en las apetencias de quienes tienen la opción de ponerla bien bonita y de quienes improvisan, aprovechándose de un cumpleaños más para lanzarle pintura, pero las heridas están allí y sollozando como palabras de mujer.

«Es una ciudad incomprendida por gobernantes y ciudadanos. Nadie entiende que sus decisiones diarias, su actitud de limpieza y civismo podrían transformarla». Decía William Niño, el arquitecto que tanto amó a Caracas.

La ciudad es hoy mucho más que un viaje en tren, en ese Metro que se queda en sus entrañas porque alguna iguana se comió la luz. Es más que el mismísimo peligro que padecemos sus habitantes. Es el pasado mismo que nos alienta esa nostalgia. Pareciera que todo conspira en su contra y no termino de entender, cuál es la razón. Caracas es un espacio desordenado, donde intentamos rescatar parte del recuerdo. Vivimos un síntoma constante, es el de la nostalgia, pero no lo hacemos desde la tristeza sino desde el mal humor.

Billo’s su música y su lenguaje nos presentó otra ciudad, tal vez la que soñamos. No podemos decir que lo que sucedió alrededor de La Billo’s fue un movimiento musical; pero sí un conjuro que vio nacer en la ciudad una forma de vivir la noche que hoy alienta un recuerdo. Aunque Felipe Pirela en su mejor tono y acompañado de la orquesta, nos cantó
Para qué recordar
Si nos hace sufrir
Tratemos de olvidar
Para poder vivir

¿Será que es hora de ver el futuro? Caracas, Caracas.


viernes, 5 de agosto de 2011

¿El gran foro o una periquera?

La primera vez que me acerqué a él lo hice con mucha precaución, no sabía si al llegar descubriría rápidamente mis secretos o mi vida íntima o ¡qué sé yo! Por eso, un día le decía solo una pequeña frase, al otro día y al ver la respuesta me emocionaba y escribía un poco más. No precisaba mis detalles, mis datos ni mis coordenadas, esto era una nueva experiencia.
Transcurrían así nuestros primeros encuentros, cada vez que me acercaba sabía que algo tenía que decir. Debía exigirme mis mejores frases para que la respuesta fuera certera, adecuada, más bien oportuna, diría yo. Más de una vez he llegado allí, a él, sin hablar, solo observo en silencio. Y es que el silencio minimiza las angustias y te hace descansar de las exigencias de una conversación, un tema, un punto de vista.
Así pasaron semanas, meses y ya casi 3 años y aún sigo allí, recurrente cada mañana. Cada vez que me adentro a su mundo tengo una vida paralela, quiero seguir hablando y comunicándole injusticias. Me escapo, huyo de una realidad y entro en otra distinta y lo que la hace diferente es que esta la construyo yo, le pongo mis propias imágenes y selecciono las que quiero ver, es como diseñar tu propia ciudad.
Me siento solita, lo miro, lo leo, pero no profundizo. Es como dice la canción « un mundo raro», es un mundo distinto, él es otro mundo. Me parece un poco injusto convertirlo en el muro de mis lamentos, pero creo que haberlo encontrado y sin adoración ninguna, ha sido maravilloso, a pesar de tantas opiniones encontradas es objeto de estudio, de investigaciones, de opiniones.
Desde la primera vez, sentí en sus letras, algo divino que me atrapaba y me fundía en un espacio muy pequeño, que me ponía límites y a la vez me daba una inmensa libertad. ¡Qué contradictorio parecía aquello!
Todos los días hablamos del deterioro, de la ciudad, de la infamia, de las mentiras, de la agonía, de la muerte, hay chistes, infidelidades y piropos que ya no se dicen en la calle. Una cosa pareciera sinónimo de la otra. Me extravío entre tantas opiniones, hay amigos que me retoman.  Las cosas más hermosas allí no terminan en un abrazo, simplemente se manifiestan en una recomendación de amistad.
¡Cómo ha cambiado la vida!  
Ese es un gran foro, dice alguien, otro lo bautiza como la pajarera o una simple periquera y hay quien dice de él que es un cuadrilátero que te hace mover como si fueras el Cassius Clay de las frases cortas, para lograr que en tan solo 140 caracteres puedas alcanzar más seguidores, esa es la meta, no sé si la única, porque egipcios, iraníes, libios y otros gentilicios han convertido esas letras en lucha, las han transformado para hacer cambios, para tejer una red sin límites, igual en Paris que en Caracas, Praga o Higuerote, Catia, México, Los Roques o Brusselas. Allí se abren todas las ventanas, todas las puertas, todos los espacios. Nos encontramos para hablar de libertad, para parecer contestatarios. Tal vez porque al escribir nos ausentamos un poco de la realidad e inventamos una mejor. A veces creo que allí, en ese pedacito y en apenas 140 caracteres escondo la nostalgia.

martes, 26 de julio de 2011

Homenaje a Caracas en sus 444 años


Caracas vieja, que te vas con los años 
En cada reja que dejamos de ver 
Se va un idilio, se va un romance 
Se va un recuerdo de nuestro ayer
Luis María Frómeta
«Tratemos de olvidar, para poder vivir»
Caracas es una ciudad que como la música, tiene diferentes ritmos. Puede pasar de ser una guaracha por el paso apuradito de sus habitantes, que corren hacia las ciudades dormitorios, a tomar el metro o alcanzar «una camionetica», hasta un bolero que causa dolor por el desamor y la indiferencia con la que se le trata. A Caracas se le impone un giro de improvisación en cada cumpleaños, como si ella no se diera cuenta. Es una ciudad sin concepto. Pero siempre está ahí, bulliciosa, lista y decidida para que se le quiera, porque si es cierto que ha sido maltratada también lo es, que ha sido una ciudad querida y cantada.
Cantarle a Caracas ha sido un patrimonio de Luis María  Frómeta, a quien esta ciudad no lo vio nacer, pero lo recibió desde siempre, aquel 31 de diciembre de 1937 cuando lo hizo su más querido hijo adoptivo. No fue de la nada, él se ganó ese amor. Al principio pudo ser tan solo un compromiso, y nada más, pero después sin recato alguno le cantó -a través de la radio y en las noches de fiestas- a ese inmenso amor. No sé si fue a primera vista, pero él mismo le declaró una vez a Isa Dobles en una entrevista: «el amor más descarado que he tenido en mi vida, es por Caracas». Indicios hay  muchos que dan fe de la pasión que demostró Billo’s a esta ciudad a la que siempre vio con ritmo y en toda su belleza.
Bella Caracas, bajo su cielo, su luna y su sol
Todas las razas buscan fortuna, lindura y amor
Luces gloriosa con tus guirnaldas de cerros a tu alrededor
Caracas, ciudad hermosa
Tú eres bella
Caracas, la cuna del Libertador
 

Todas las ciudades han sido vistas por geógrafos, topógrafos, historiadores, cronistas, poetas, artistas, cantantes, y cada uno, ha tenido su perspectiva. Un Sabina, por ejemplo cantándole a Madrid o un Gardel a sus Buenos Aires querido, cuántos lo han hecho a México o a Guadalajara, Guadalajara, hueles a pura tierra mojada y es que en las ciudades, como lo dijo Uslar Pietri sobre la tierra, «se hace historia desde que el hombre las toca»

Los caraqueños siempre tenemos algo qué decir de la Caracas de hoy, la de ayer y especialmente de esa que quisiéramos tener. No sé tampoco si será la del futuro o es una ciudad que solo está en los sueños de quienes aquí habitamos. Pero en todas las épocas ha sido una ciudad humilde, profana, canalla, agradable, querida por propios y extraños, deseada y por sobre todo maltratada. Reconocida más por sus sonidos que por sus olores, más por su bullicio que por sus espacios ciudadanos, es «La ciudad escondida» así la llamó una vez José Ignacio Cabrujas, creo que con nostalgia de lo que dejó de ser. Habla de lo imposible que es re andar Caracas, cómo se nos pierde. ¿Volver de nuevo al lugar donde naciste? Eso es una odisea –y esto lo digo yo, tomando prestadas,  reflexiones de José Ignacio en ese mismo ensayo.

Lo cierto es que parte emblemática de esta ciudad está representada por el maestro Billo Frómeta, su orquesta, sus composiciones y todos esos recuerdos que hicieron posible inmortalizar una parte bonita de esta ciudad haciéndola más amable, más cercana y más feliz. Por lo menos en la música del maestro. Así que podemos entonces, vivir un pedazo de esa alegría gracias a la Billo’s que fue, la lengua gozona y divertida de la Caracas de cuatro generaciones.

Antes de continuar, hago la advertencia de que escribir sobre el maestro Billo Frómeta es un compromiso muy grande. Son demasiadas las cosas que se han dicho de él, pareciera que ya todo se sabe, que todo está escrito y no lo dudo. Posiblemente lleno de lugares comunes. Me pregunto entonces si ¿acaso no es ahí en ese  «lugar común» donde nos encontramos para bailar?
Así que digo sin aspavientos que su recuerdo me lleva a un paisaje de emociones que me asusta, porque no sé a dónde va a ir a parar este ejercicio si siguen apareciendo imágenes de mi temprana edad. Por lo tanto me declaro en nostalgia permanente, y segura que los hilos invisibles de la subjetividad y mis propias pasiones, entre ellas el bolero y la ciudad,  por fortuna, marcarán estas líneas.
Y es que el bolero aunque asociado – en muchos casos,  por sus desgarradoras letras-  al dolor, tristeza y desamor,  Billo’s lo colocó tan cerquita de las guarachas, los pasodobles, los danzones y los chachachás que por esa misma cercanía, no sonaron nunca como material de duro despecho.
Palabras de mujer que yo escuché cerca de ti
Junto de mí muy quedo

No siempre el sufrimiento del amor plasmado en los boleros produce exactamente eso: sufrimiento.  Bailar con la orquesta de Billo’s era toda una experiencia corporal, cuando salías invitado por uno de estos boleros interpretados por Felipe Pirela, por ejemplo; rápidamente pasaba el cuerpo a cuerpo y empezaba un:
Si Bambarito no te cura ne’ no te cura ningún brujo
Eso si, yo recomiendo pa’ que cure tu bobera

Este movimiento te iba llevando suave y lentamente a una melodía que hasta ese momento había sido un tango, pero ya el Maestro lo había convertido en bolero y entraba otra vez  la voz de Felipe Pirela, melancólica y hasta desdichada:
Quiero emborrachar mi corazón para pagar un loco amor
Que más que amor es un sufrir…
…Nostalgia de escuchar su risa loca

Rápidamente había que estar listo para poner el acelerador en las caderas porque se acercaba Cheo García con Óyeme Cachita tengo una rumbita pa’ que tú la bailes como bailo yo…muchacha bonita, mi linda Cachita

Y así terminaba el primer mosaico de la noche, el #2, pero la sucesión de éstos era grandiosa y convenía sentarse un rato a tomar aliento.

Los mosaicos iniciaban con un bolero, eso sí era una regla. Así que desde Rafa Galindo, José Luis Rodríguez, Felipe Pirela y Eli Méndez, las voces de los boleristas de la orquesta se mimetizaban con esos grandes compositores de boleros, con arreglos propios siempre. Era un lenguaje muy particular. José Luis Moneró y Barbarito Díez eran las voces propias de Ojos Malvados  de Cristina Saladrigas. Si pensaba en ti para mí no era vida. Pero Felipe Pirela le dio un tono de evocación que lo convirtió en eso que llamábamos siempre «los boleros de la Billo’s» Igual sucedió con Frío en el alma, en la voz de José Luis Rodríguez (Mosaico #12), Dolor cobarde, Quisqueya, Para qué recordar, Nostalgia, estos tampoco se salvaron de ese tono particular, que de alguna manera nos alejaba del despecho. Aunque reconozco que podía colocarnos en un modo de melancolía del que rapidito salíamos.
También fueron muchos los tangos convertidos en boleros como Sombras; Uno; Un cigarrillo, la lluvia y tú. El maestro Billo’s acercó tanto los boleros a otros géneros musicales que cuando los bailábamos, dependiendo siempre de con quién, claro, esperábamos la complicidad de las guarachas para que se diera la nada ceremonial, pero si desordenada separación. También sucedía lo contrario, queríamos que los boleros se eternizaran antes de un Pare, pare cochero o Ayy que la vaca vieja está, y la vaca vieja, Bacosó ahe ahe, Bacosó;  Para Vigo me voy o la a veces temible guaracha El brujo, que nos hacía mover en diferentes direcciones y a pasos que no eran exactamente los más afinados de una guaracha, era un poco de locura.
Doña Pulula una tarde fue a leerse una baraja
Donde un brujo muy famoso allá en el pueblo de Jaima
…Para empezar la consulta, ponga una baraja así
Por ti por tu casa y por lo que sea
Fuera satanás

Y es que el maestro logró juntarnos a los venezolanos en un colectivo gozón al ritmo de esas guarachas en aquellas noches, cuando los boleros los convertía en son o en danzonetes y los danzonetes en danzón, los tangos en boleros y el chachachá hechos con sonidos de amor. Todo eso nos aseguraba el trasnocho. Hoy nos garantiza la nostalgia y el recuerdo.
La orquesta de Billo’s viajó por todo el territorio nacional mientras él, el maestro, dejaba también sus composiciones a la Valencia señorial, Pa’ Maracaibo me voy, Margarita…todo esto sin hablar de los múltiples viajes al exterior, pero no hay discusión que el gran amor topográfico de Billo’s fue Caracas. Su Caracas, la ciudad que no lo vio nacer, pero que sí lo recibió desde su natal República Dominicana aquel año de 1937 cuando para salir tuvo que inventarle a la orquesta el nombre del dictador Trujillo, lo que no sabía ni él mismo es que esta «ciudad escondida» como alguna vez la llamó Cabrujas, lo seduciría por su belleza, sencillez y sinceridad de aquella época.
Fue mucha la tinta y las notas musicales dedicadas a Caracas, pero también la inspiración de  Isidoro, de los techos rojos, de las mujeres bonitas, de la media lisa de Donzella, de Jaime Vivas y de toda aquella ciudad que ya no está…ya no quedan ni el Roof Garden ni la Suiza, ni el frontón de jai a lai no existe ya. También escribió su propio epitafio, como lo hizo Reynaldo Arenas.

En vez de una oración sobre mi tumba
El último compás de Alma Llanera

En un gesto de dolor y jocosidad le escribió al Metro y decía «cuando abrieron Caracas», no sospechaba Billo’s que las heridas de la ciudad seguirían allí abiertas ante la indolencia de sus propios habitantes, en las apetencias de quienes tienen la opción de ponerla bien bonita y de quienes improvisan, aprovechándose de un cumpleaños más para lanzarle pintura, pero las heridas están allí y sollozando como palabras de mujer.

«Es una ciudad incomprendida por gobernantes y ciudadanos. Nadie entiende que sus decisiones diarias, su actitud de limpieza y civismo podrían transformarla». Decía William Niño, el arquitecto que tanto amó a Caracas. Pero Aldemaro Romero, nos decía: No me despiertes de mi sueño, porque estoy soñando que soy caraqueño. En fin, pasiones, formas de verla, todas por amor.

La ciudad es hoy mucho más que un viaje en tren, en ese Metro que se queda en sus entrañas porque alguna iguana se comió la luz. Es más que el mismísimo peligro que padecemos sus habitantes. Es el pasado mismo que nos alienta esa nostalgia. Pareciera que todo conspira en su contra y no termino de entender, cuál es la razón. Caracas es un espacio desordenado, donde intentamos rescatar parte del recuerdo. Vivimos un síntoma constante, es el de la nostalgia, pero no lo hacemos desde la tristeza sino desde el mal humor.

Billo’s su música y su lenguaje nos presentó otra ciudad, tal vez la que soñamos. No podemos decir que lo que sucedió alrededor de La Billo’s fue un movimiento musical; pero sí un conjuro que vio nacer en la ciudad una forma de vivir la noche que hoy alienta un recuerdo. Aunque Felipe Pirela en su mejor tono y acompañado de la orquesta, nos cantó
Para qué recordar
Si nos hace sufrir
Tratemos de olvidar
Para poder vivir

¿Será que es hora de ver el futuro? Caracas, Caracas. 


viernes, 1 de julio de 2011

Carta al Presidente Chávez

Señor Presidente, quiero comenzar diciéndole que lo he adversado y lo seguiré haciendo hasta el último día de esta revolución. Pero no celebro su enfermedad, lo siento y mucho, porque los venezolanos merecemos salir de usted con votos. No quiero mártires, quiero a un hombre rindiendo cuentas por todo lo malo que ha hecho junto a sus «colaboradores» durante estos años de revolución.
Me llamó la atención ¿y cómo no? Su tono desaliñado y humilde, aferrado inclusive al manto de la virgen, palabras que –por lo menos yo- nunca le había escuchado, y es que estar en esas circunstancias debe ser muy duro, no lo dudo.
Me pareció verlo tan aferrado a lo religioso como a su «padre» Fidel, pues aparentemente no tuvo usted a ningún compatriota cercano que lo quisiera tanto como él y fuera capaz de obligarlo a someterse a exámenes para descubrir –a tiempo- qué era lo que le sucedía.
Conspiro con algunas interrogantes, ¿Será que ninguno de sus secuaces se atrevió nunca a decirle lo pálido que estaba? ¿Que sus rabietas no eran normales? o ¿Será que sus cercanos pensaban que usted era infalible, infinito, invulnerable? No comprendo, porque usted dijo claramente que Fidel: «Me interrogó casi como un médico, me confesé casi como un paciente», cosa que no es capaz de hacerlo con un connacional.
Decía además que cierto grado de angustia e incertidumbre recorría el alma de Venezuela y que usted sabía que era gracias a sectores manipuladores. En este caso los únicos sectores manipuladores –le digo- fueron los ministros de su gabinete, señor Presidente, encabezados ellos nada menos que por el canciller, el vicepresidente y el de información y comunicaciones, todos en minúsculas, por incapaces.
Eso de que usted desde el primer momento asumió la responsabilidad sobre la veracidad, tanto de lo médico como la razón humana y la razón amorosa, por cierto esta última no la entendí nunca. No lo creo y permítame DUDAR, esta vez sí que con mayúsculas, porque nada de eso sucedió, a menos que ya no le hagan caso y sería peor aún de lo que imaginaba.
Usted reconoce su fragilidad, una vez más desde una oscura caverna de su alma. Ojalá tanto su enfermedad, como la fragilidad que ella le produce, así como las reflexiones que debe llamar al alma un cáncer, le permitan pensar un ratico en los presos políticos que padecen la misma enfermedad que usted, no así con la misma suerte que tiene en Cuba de ser atendido, pues ellos ni siquiera han tenido médicos recién graduados en la bolivariana para ese fin.
Está usted en otro abismo, no le quito la razón, tiene que ser así, y eso sí se lo creo. Abismo en el que muchísimos venezolanos hemos estado durante estos años de intolerancia, donde con su firma y sello se ha inoculado el odio en esta Venezuela que usted está por heredarnos.
Usted evoca a nuestro querido, canta-autor Alí Primera con «Mi pueblo manso, mi manso pueblo»: Hay semerucos allá en el cerro y un canto hermoso para cantar, que hay semerucos allá en el cerro y ya la gente empezó a sembrar.
Fíjese Presidente que cuando yo escucho esa hermosa canción de nuestro Alí, recuerdo más el desalojo de Los Semerucos, aquel que ordenado por usted por el odio hacia nuestro pueblo trabajador en PDVSA, la Guardia Nacional, nada gloriosa sacó a fuerza de bombas y perdigones aquella nefasta madrugada a ancianos y niños. Por si no se acuerda, le dejo el video http://www.youtube.com/watch?v=lWfuJGIcxAg
Eso es lo que hemos vivido en estos años, esa Venezuela de dos lados, el del pueblo manso, manso pueblo y el de un gobierno montaraz, por grosero y feroz.
Es un momento de dificultades, Presidente, no solo para usted y para ese pueblo que aún le reclama esperanza que es –en realidad- lo que usted ha repartido. Es un momento difícil para Venezuela entera.
Quiero pensar en su salud, quiero ofrecer votos por su pronta recuperación, no quiero mártires, ya usted ha hecho ese papel y vuelve a ser montaraz.
Ojalá pase usted a la historia por el arrepentimiento que pudiera sentir un ser humano normal, usted no es diferente. Véngase pa’ Venezuela, ya son muchos los venezolanos en el exterior por su causa. Usted no está autorizado para gobernar desde otro país, podría cualquiera pensar que está violando la constitución. Quédese usted  aquí y crea en Venezuela, porque le garantizo que sí tenemos futuro.

Me alegra que ya no invoque la muerte. Ya son demasiados los asesinatos, los más recientes en El Rodeo. Dígale a sus seguidores, por favor que basta de "Patria, socialismo o muerte"
El año que viene tendrán que venir mejores aires, volverá la democracia a Venezuela –estoy segura- y a eso le apuesto. Ojalá lo tengamos ahí, aquí, porque lo queremos sano y salvo para ese momento. Salud! Presidente.



miércoles, 11 de mayo de 2011

Instrucciones para ver la luna

Lo primero que debemos hacer es estirar nuestro músculo del cuello hasta alcanzar un ángulo ascendente de por lo menos noventa grados. Tu cabeza debe quedar casi en reposo sobre el músculo esplenio y el trapecio queda en posición de rectángulo. Una vez alcanzada esa posición, se deben girar los ojos de derecha a izquierda, dos o tres veces hasta fijar el lugar donde la luna se encuentra. La cámara anterior y el cuerpo ciliar del ojo deben enfocar para que el cristalino logre mandar una imagen nítida a la retina.
Una vez que todo esté dispuesto, entonces vale pensar qué hará ella tan sola allá arriba, iluminada, con varias caras, quién sabe si alguna vez conoció la tristeza, la melancolía. Tal vez cuando fue violada. Puedes permanecer mirándola todo el tiempo que tu pensamiento lo desee y mientras tu cuello lo resista.
Si al tener la cabeza puesta y la mirada lista no pudieras verla porque hay una nube que la tapa, podrías intentar ver las formas que te da la nube, jugar un poco con ella y eso permitirá que tu ojo vaya afinando la imagen hasta que vuelva a aparecer y la veas con mayor claridad. Sigue pensando en ella mientras sale suevamente desde lo oculto de la nube y reaparece ante tus ojos.
Luego de cualquier pensamiento hacia la luna y descubrirla detrás de las nubes, se puede bajar lentamente el cuello, dejando la mirada fija hasta estirar el tendón superior que mueve el músculo ciliar del globo ocular y permite seguir mirando aunque ya el cuello haya alcanzado la forma normal que encaja en el cuerpo.
Ya en posición normal te queda el recuerdo de lo que has visto, puedes cerrar los ojos si están cansados, así te sentirás bañado por ella, por su luz, por su melancolía y piensa si sería bueno ser como es ella: lejana, noctámbula y sola.


martes, 12 de abril de 2011

DESTIERRO

Virgilio Piñera fue su cómplice y desde su retrato guardó el silencio de una muerte anunciada por «el insulto de la vejez», creyó siempre que la vejez era eso, entonces, ¿para qué traspasar esa barrera? Fue más fácil o quién sabe si por no mendigar un rato más de su existencia; tal vez más cobarde, ingerir alcohol y ansiolíticos para dejar que las cicatrices fueran tales y convertirlas en hojas de su prosa.
Increpó con su mirada y su deseo aquel retrato para advertirle que necesitaba 3 años para finalizar su obra que sería una venganza a casi todo el género humano.
Una venganza en él era solo una herencia de esbirros y machistas que habían marcado su existencia, sus delirios y su musa.
Crítico del comunismo, como todo amante de la libertad; responsabilizó de su muerte al tirano de la isla.
En su inmensa desnudez se paseaba todos los días entre las malezas del Parque Lenin en La Habana,  para sacar luz del resplandeciente sol y escribir a escondidas, como si la literatura fuera un acto de subversión, y volver a guardarse cada anochecer.
Un día a unos 40 grados tal vez, sentada en los jardines de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos, rodeada de burócratas que se dedicaban a escribir en el único periódico de la isla, otros a repetir y emular los discursos del dictador en la radio, me vino a la mente la vida de aquel diminuto ser que por homosexual, amante de la libertad y anti comunista había sido desterrado.
Mi estómago comenzó a dar vueltas como si mis pensamientos estuvieran allí, comencé a ver a los burócratas convertidos en esbirros, porque a fin de cuenta eso eran también. Se hacían llamar periodistas y justificaban la existencia de un periódico sin noticias.
Aunque mi presencia allí era para hablar de boleros y boleristas, tema imparcial y ajustado a otros placeres, percibía una línea extraña entre el pasado y el futuro, donde todo estaba marcado por códigos, prohibiciones y desconfianza. Se imponía una evidente mutación al pensamiento crítico y una gestión social fracasada con olor a naftalina.
Reinaldo Arenas deambulaba por aquellos pensamientos míos. Lo pensaba entre las malezas haciendo literatura a escondidas para que la absurda justificación de estos seres, no acabara con su disidente prosa.
Mi estómago no paraba de moverse y mi lengua fatigada de no hablar comenzaba a tomar vuelo, sin ninguna solemnidad, porque el verbo que se masticaba allí era parte de aquel infierno que había hecho cicatrices en Arenas.
Me preguntaba si esa historia tenía sentido o más bien cuál era el sentido de la historia. Si los pensamientos se arrinconaban junto a las críticas para complacer al poder, entonces qué era lo que valía la pena.
Todos allí se hacían llamar periodistas, pero sin entender que vivían en una sociedad tensa, asustada, callada y mentirosa que intentaba disimular su dolor con el rayito de son que aún quedaba.
¿Periodistas?, como si ser periodista no tuviese implícito el valor de la denuncia o la irreverencia en la pregunta, como si solo fuera un remoquete sin responsabilidad con una sociedad que lo implora, porque en La Habana y en los jardines de la UNEAC se siente el lloro por una verdad que no llega.
Seguía imaginando el recorrido del poeta, del novelista, produciendo su obra entre malezas, robando luz al día antes que llegara el anochecer. Ya para ese momento, el autor de «La insoportable fealdad de García Márquez» estaría en Nueva York, quien sabe si en París, Madrid o Caracas, pero no estaba ahí y aunque su destierro fue una huida a la crueldad, sabía que no estaba preso en el asco o escapando a cada momento, huyó de aquel martirio.
La hoz había llegado para cortar toda belleza que pudiera desnudar la libertad, como si acaso ella no hubiese nacido desnuda. Creía cortar también los versos en el aire y como no pudo los convirtió en prohibidos. Quería acabar con el pensamiento del amor oscuro, como lo llamó alguna vez Federico García Lorca. Y es que «los artistas crean cosas bellas y lo bello no le interesa a la revolución» bien dicho alguna vez por Lezama Lima.
Mis pensamientos se precipitaban, mientras las palabras de los esbirros se repetían entre chistes malos intentando deshacer mi imaginación, yo estaba en estado catatónico. Recordaba los monstruos a los que se refería Arenas en «Otra vez el mar», sin duda uno de ellos era el que había convertido a estos burócratas en autómatas y repetidores. Razón tuvo –tal vez- de decir que Cuba es un país que produce canallas, delincuentes, demagogos y cobardes en relación desproporcionada a su población.
No quiso ceremonia, discurso, duelo o grito
ni un túmulo de arena donde reposase el esqueleto
(ni después de muerto quiso vivir quieto).
Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas al mar
donde habrán de fluir constantemente.
No ha perdido la costumbre de soñar:
espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente.

Así fue su Autoepitafio, el nombre de este poema que escribiría Reinaldo Arenas poco antes de morir. Tal vez por eso, a sus más íntimos amigos no les sorprendió su muerte. Dicen que agradeció a Virgilio Piñera, ante su retrato, el haberle guardado su secreto. Aunque esa no fue la única vez que lo intentó, si fue la definitiva.
Arenas logró salvar los primeros capítulos de su obra, Antes que anochezca desde sus propias entrañas. Salvó también la alegría en su prosa que contrastaba con la agonía de su vida; salvó la ideología y la libertad. Dijo alguna vez que  ni siquiera con las cadenas, el pensamiento dejará de ser libre.
Hay hoy un legado de terror, como él mismo lo dijo alguna vez; una lección de amor a la prosa, desenfado en su escritura, sexualidad sin decoro, su mar, su isla y un eterno recuerdo por su máquina de escribir, única riqueza material que atesoró y alguna vez le robaron en Nueva York, ciudad donde murió aquel 7 de diciembre.

martes, 25 de enero de 2011

La Mezquita de Alabastro

La luz abrió el camino y todos impávidos sabíamos que nos seguía. Distraídos de emoción pasábamos el umbral, los colores iban desde el más blanco hasta tonos de verde y amarillo, era la verdad de la luz. El alabastro se lucía. Nuestros zapatos ya estaban en la entrada y pisábamos un santuario que guarda en su memoria la cultura musulmana y con ella el silencio de la mujer, tanto como el propio hiyab.

Los egipcios orgullosos de aquella mezquita al estilo de las construcciones turcas del siglo XVIII, nos mostraban todo con inmenso orgullo, pero también nos decían lo estafados que se sentían porque Francia les cambió el Obelisco que hoy exhiben en la Plaza de La Concordia, por un reloj que jamás ha funcionado, sin embargo está en el medio de la mezquita, en la fuente de abluciones, encima de una torre.
El guía hablaba y yo intentaba trasladarme a esa vida silenciosa y ausente que para mí tiene la mujer en Egipto. La cultura islámica me resulta tan ajena, a pesar de que tiene un especial arraigo en el imaginario occidental. Tal vez  Sherezade en Las Mil y una Noches y sus relatos eróticos ha contribuido a la distorsión o a la inversión de valores que me hacen pensar en qué hay en la cabeza de cada una de estas mujeres que viven en un mundo misógino a la vista de mis percepciones.
El Islam ha dado a las mujeres el derecho a la participación política y a los debates públicos sobre temas fundamentales de la sociedad, sin embargo no logro ver a la mujer más que sucumbida en su silencio, su presencia es como la ausencia misma, las veo solo como madres y esposas, tapadas y silenciosas, por eso la mezquita de alabastro, una obra que se erige en una de las pocas colinas de Egipto, me hace pensar tanto en ellas y admito no entender.
Sigo mi recorrido y a la derecha de la mezquita, la luz cae sobre un mármol blanco cincelado con flores pintadas, es el sepulcro de Mohamed Alí el Grande, una tumba de tres niveles que roba las miradas. Vueltas y vueltas alrededor, los ojos se  cruzan entre gigantescas lámparas y se detienen en un domo adornado de preciosas rosetas blancas y doradas. Todo es arte, historia y religiosidad alrededor de nosotros.
Exploro la piedra cristalina del alabastro, es una piedra de yeso, me dicen que puedo rayarla con la uña, pero me parece que es profanar la historia. La veo como una piedra preciosa, no solo por su valía sino por la belleza misma que exhibe sin pudor. Pero mi cabeza sigue intentando rayar el pensamiento sobre la mujer, ¿Qué hacen cada día? ¿Cómo es su comportamiento frente al hombre? ¿Qué tantas dudas tengo?.
Escucho a lo lejos un canto, o un lloro, o un lamento,  es la oración que rezan los musulmanes al mediodía y que salta por encima de la ciudadela de Saladino y sigue hacia todos los minaretes de las mezquitas de El Cairo. Es la hora del rezo musulmán, es la hora que El Corán está más cerca de sus corazones para pedir por la paz de Alá, el más compasivo y misericordioso dios que para ellos merece tres veces al día las oraciones que dividen en los espacios de las mezquitas a los hombres y las mujeres.
La deslumbrante hermosura de esta mezquita ha despertado en mí un extraño sentimiento sobre las mujeres musulmanas. Pienso y pienso en ellas, en su condición, desde su sospechada hermosura detrás de sus ojos tapadas con sus hiyab.  Es como tener que ser invisibles y estar a la merced de la voluntad de los hombres, a pesar de que El Corán habla de la igualdad entre hombres y mujeres. Ellas dicen que están a la merced de Alá. Yo me pregunto ¿serán felices? ¿Será verdad que son solo esposas y madres? ¿Qué hablarán con sus maridos? ¿De qué tamaño serán sus quejas? Ojalá sean felices.

Me senté afuera, El Cairo quedaba extendido, polvoriento y despeinado, sentía que esa ciudad estaba allí solo para mí, a un lado La Mezquita de Alabastro con la majestuosidad de su luz, al otro lado El Cairo, las mujeres deambulan  por los mercados, en busca del pan para sus hombres, para sus hijos; tapadas, casi sombras en ese paisaje. No se si sonríen, no puedo comprenderlas, qué extraño todo, los adjetivos se desfiguran frente a esa memoria, a esa luz, a esa ciudad, a esa hermosura.